¡Oh, Nuestra Señora del Buen Encuentro,
mi madre y mi soberana,
fervoroso me inclino ante tus pies!
Nadie puede contar,
todos los prodigios
que nos muestras todos los días
a los que te invocamos,
tampoco se puede medir
la confianza, protección y el amor
que nos das a tus hijos.
Oh, Virgen de los milagros,
como siempre te han llamado nuestros padres:
sana los que sufren,
consuela a los que lloran,
cuida de las familias,
protege a los niños,
vela por el sustento de los justos,
por la conversión de los pecadores,
fortifica a los sacerdotes
para que puedan ser apoyo y ayuda
de los fieles a los que adoctrinan.