Yo sé que en Nazaret viviste pobremente.
Quiero cantar, oh Madre,
porque te amo
y porque tu dulce nombre
me hace sobresaltar el corazón.
Si yo te contemplara
en tu sublime gloria
que tanto sobrepasa la luz
de los bienaventurados,
no podría creer que soy tu niña
y abajaría los ojos delante de ti.
Virgen llena de gracia,
yo sé que en Nazaret
viviste pobremente,
sin pedir nada más;
Ni milagros,
ni éxtasis, ni arrobamientos
embellecieron tu vida,
oh Reina de los elegidos.
El número de los pequeños
es muy grande sobre la tierra;
sin temor pueden levantar los ojos a ti,
tú eres la Madre incomparable
que por la vía común caminas
junto a ellos y los acompañas al cielo.
Oh Madre mía dilecta,
quiero vivir contigo,
me sumerjo arrebatada
en tu contemplación
y descubro en tu corazón abismos
de amor, mis temores desaparecen
ante tu mirada maternal.
Oh Virgen inmaculada,
oh Madre tiernísima,
que te alegras de que Jesús
nos haga sus familiares
y que te alegras de que Él
nos done su vida
y los tesoros de su divinidad.
¿cómo no amarte y no bendecirte
viendo, oh María, tu generosidad?
Tú nos amas verdaderamente,
como Jesús nos ama.
Amar es dar todo,
donarse incluso a sí mismos,
y tú nos lo has probado
permaneciendo junto a nosotros.
Jesús conocía tu inmensa ternura
y los secretos de tu corazón maternal,
Jesús nos deja a ti
para esperarnos en el cielo.
Y pronto yo escucharé aquellas
dulces armonías,
pronto iré a verte en el cielo,
tú que me sonreíste
en la mañana de la vida
ven a sonreírme todavía...
Madre, se hace tarde,
no temo el esplendor de tu gloria
contigo he sufrido,
y ahora quiero cantar
sobre tus rodillas, oh Virgen,
que te amo y repetirte
por siempre, que soy tu hija.
porque te amo
y porque tu dulce nombre
me hace sobresaltar el corazón.
Si yo te contemplara
en tu sublime gloria
que tanto sobrepasa la luz
de los bienaventurados,
no podría creer que soy tu niña
y abajaría los ojos delante de ti.
Virgen llena de gracia,
yo sé que en Nazaret
viviste pobremente,
sin pedir nada más;
Ni milagros,
ni éxtasis, ni arrobamientos
embellecieron tu vida,
oh Reina de los elegidos.
El número de los pequeños
es muy grande sobre la tierra;
sin temor pueden levantar los ojos a ti,
tú eres la Madre incomparable
que por la vía común caminas
junto a ellos y los acompañas al cielo.
Oh Madre mía dilecta,
quiero vivir contigo,
me sumerjo arrebatada
en tu contemplación
y descubro en tu corazón abismos
de amor, mis temores desaparecen
ante tu mirada maternal.
Oh Virgen inmaculada,
oh Madre tiernísima,
que te alegras de que Jesús
nos haga sus familiares
y que te alegras de que Él
nos done su vida
y los tesoros de su divinidad.
¿cómo no amarte y no bendecirte
viendo, oh María, tu generosidad?
Tú nos amas verdaderamente,
como Jesús nos ama.
Amar es dar todo,
donarse incluso a sí mismos,
y tú nos lo has probado
permaneciendo junto a nosotros.
Jesús conocía tu inmensa ternura
y los secretos de tu corazón maternal,
Jesús nos deja a ti
para esperarnos en el cielo.
Y pronto yo escucharé aquellas
dulces armonías,
pronto iré a verte en el cielo,
tú que me sonreíste
en la mañana de la vida
ven a sonreírme todavía...
Madre, se hace tarde,
no temo el esplendor de tu gloria
contigo he sufrido,
y ahora quiero cantar
sobre tus rodillas, oh Virgen,
que te amo y repetirte
por siempre, que soy tu hija.
Santa TERESA DEL NIÑO JESÚS*
(Siglo XIX)
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